Freud encuentra que el otro motivo de la risa, el humor, se halla más emparentado con la comicidad que con el chiste. Cuando en las situaciones que podrían ser cómicas los efectos dolorosos se imponen a cualquier otra apreciación, entonces el mecanismo del placer que produce la risa se ve obstaculizado.
Pero puede surgir otro tipo de ahorro de gasto anímico y este depende de la capacidad de las personas para sobreponerse a las situaciones lastimosas: el humor. El humor es entonces un medio de conseguir placer a pesar de los efectos dolorosos que se oponen al surgimiento de la risa y tiene como consecuencia la disminución o atenuación de tales efectos en el ánimo de la persona.
El placer del humor surge a costa del desarrollo de la emotividad reprimida y por esto se puede decir que el humor es el resultado del ahorro de un gasto de afecto. En los casos en los que se presenta, la persona que sufre el daño puede conseguir placer humorístico, mientras que los extraños se ríen sintiendo placer cómico. Este proceso se realiza en la sola persona doliente, y ella puede disfrutarlo aisladamente sin tener que compartirlo. De modo que, mientras que en el chiste hay tres participantes y en lo cómico dos, en el humor basta con uno.
Los afectos asociados al ahorro de gasto anímico que se da en el humor pueden ser varios: compasión, dolor, disgusto, enternecimiento, etc. Hablamos de humor negro, de humor a costa de nosotros mismos o a costa de nuestros seres queridos. En este sentido, la ironía es esa expresión del humor en la que disimulamos nuestra hostilidad para evitar un desenlace doloroso. En todos estos casos, el humor cumple una función defensiva en la regulación de nuestra vida anímica, puesto que permite desplazar el efecto de displacer que amenaza con apoderarse de nuestro ánimo y lo convierte en placer sometiéndolo a la descarga (la risa).
En una anécdota citada por Freud, un reo condenado a muerte pide una bufanda mientras es conducido al cadalso. Cuando se le pregunta por la causa de su petición, dice con mucho dominio de sí mismo que debe abrigarse para no pescar un resfriado. Esta grandeza de ánimo en la que una persona puede actuar de modo habitual cuando esperábamos ver en ella un gesto de desesperación, es una muestra del ahorro de gasto de sentimiento que opera en el humor.
Cuando nos preparábamos para invertir gran parte de nuestra energía anímica en una intensa compasión por el condenado a muerte, este sentimiento se convierte súbitamente en algo inútil y es entonces descargado a través de la risa.
Si observamos detenidamente el curso de nuestra vida anímica, veremos como surgen y se desvanecen esas situaciones que reproducen, quizá a menor escala que en la anécdota del reo condenado a muerte, esa exigencia a nuestra “presencia de ánimo” que nos permite reír cuando tendríamos que llorar. Debido a ese alto grado de intimidad y cotidianidad, el humor se presenta con mayor facilidad que el chiste y la comicidad, pues mientras que en éstas nos damos como espectáculo a los demás, en el humor nos reservamos el placer de la risa para nosotros mismos.
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