Cuando Henri
Louis Bergson publicó en 1900 su Ensayo sobre la significación de
lo cómico, La Risa, varios autores
habían abordado ya el tema pero de manera fragmentaria. Entre las
obras conocidas de los grandes pensadores, esta fue la primera dedicada por
entero al estudio de un tema que siempre fue tratado de forma
accesoria, como un asunto de segundo orden. Para el filósofo vitalista francés
se trataba de una cuestión de suma importancia dentro del
propósito de entender al ser humano y su realización
dentro de la sociedad.
En forma
preliminar, Bergson estableció tres principios para configurar el marco general
de su investigación: En primer lugar destacó la risa como un fenómeno privativamente humano. Recalcó no
solo que somos la única especie que ríe, sino que
los demás seres en la naturaleza no connotan por sí mismos lo cómico
o lo ridículo. Solo del hombre se puede decir que es objeto de risa; fuera de lo humano nada hay «risible».
En segundo
lugar, observó que la risa es básicamente un acto de
inteligencia que demanda una cierta
insensibilidad por parte del riente. El vínculo afectivo con el
burlado (la víctima) inhibe el acto genuino de la risa pues esta
es un gesto de superioridad en la que se antepone la inteligencia al
corazón.
El tercer
principio bergsoniano hace énfasis en la risa como gesto social: «nuestra
risa es siempre la risa de un grupo»: lo que hace reír a un
grupo humano (región, provincia, nación) no necesariamente hará reir a otro. Algo que
nos consta, además, por el efecto «contagioso» de la risa, fenómeno que Ralph Piddington estudiaría
posteriormente en su Psicología de la Risa (1962), con la etiqueta de efecto coral de la risa.
Sentadas
las premisas, Bergson emprende su indagación sobre la risa con el análisis de
lo cómico de las formas, con lo cual ingresa en el terreno de la
caricatura. Para los que piensan que la caricatura es solo cuestión de acentuar
lo feo o lo grotesco, aclara que «la fealdad por sí misma no da lugar a lo
cómico hasta que el aspecto de las cosas, o de las personas, nos
permite detectar una cierta rigidez adquirida». Es la deformidad entendida, no
como un hecho de la naturaleza, sino como la persistencia indolente
de alguien en una mueca que parece interminable. En definitiva, «lo cómico es más bien rigidez
que fealdad”.
Desde esta perspectiva, es factible interpretar la caricatura gráfica como la representación de un gesto
que parece haberse congelado en el tiempo, y en tanto que tal representación formal, definirla como una imitación.
El caricaturista gráfico, vale decir, es un imitador; tanto como puede serlo el
imitador de voces o el comediante que se disfraza para caracterizar a un
tercero. Todos ellos son caricaturistas, a su modo (y aquí usamos el término caricatura
en su acepción más amplia). Y todos ellos aplican el principio bergsoniano que
dice que: «toda deformidad que puede ser imitada por una persona bien
conformada puede llegar a ser cómica».
Pero «el
goce de reírse no es un goce meramente estético, totalmente desinteresado, sino
que es siempre acompañado por una segunda intención que, cuando no es nuestra,
es de la sociedad para con nosotros» por esta razón el filósofo insiste en la
pregunta fundamental: ¿Qué es lo que nos provoca risa? Y
luego él mismo se responde: si tuviéramos todos los hombres
absoluto control de nuestras acciones, simplemente no habría lugar a
situaciones cómicas. Lo cómico se presenta cuando por efecto de su
falta de atención o de habilidad, las situaciones gobiernan a las
personas y éstas se convierten en objetos, en máquinas de las cuales ya no se tiene control.
Visto así,
el acto de reír nos presenta sus dos caras antagónicas: como gesto
de adhesión al grupo (me río con otros) y como castigo
social (se ríen de mi): «Significa pues lo cómico cierta imperfección
del individuo o de la sociedad que impone una inmediata corrección.
Esta corrección es la risa. La risa es, por lo tanto, un gesto
colectivo con el que se subraya y se reprime una distracción especial de
los hombres y de los acontecimientos». De modo que «la rigidez del
individuo constituye lo cómico, y la risa su castigo».
Y de aquí
proviene lo que Bergson reconoce como lo cómico de los gestos y los
movimientos: «Cómico es todo incidente que llama nuestra atención
sobre la parte física de una persona en el momento en que nos ocupábamos de su
aspecto moral». Pues las situaciones cómicas se caracterizan por revelar esa inercia
mecánica, esa torpeza o falta de espontaneidad de la
persona objeto de irrisión: «Las actitudes, los gestos y los
movimientos del cuerpo humano mueven a risa, en la medida exacta en que dicho
cuerpo nos da la idea de un simple mecanismo».
En tales
casos, Bergson constata que ha ocurrido una transformación en la que un ser
viviente inteligente es convertido en una cosa: «Lo cómico está en aquel
aspecto de la persona por el cual ésta se asemeja a una cosa, ese aspecto de
los sucesos humanos que se parecen por su singular rigidez al mecanismo puro y
simple, al automatismo, al movimiento carente de vida».
En la cotidianidad, lo cómico
es inconsciente, pero lo cómico de los gestos y los movimientos también puede ser un
efecto premeditado; una rutina fríamente calculada, como en el circo o en las películas. Por esta razón el autor
dedicó buena parte de su libro a estudiar la comedia y, en general, las
representaciones cómicas.
Si en las situaciones cotidianas el tonto, el tímido, el tipo «de malas», el forastero, el celoso, el inocente o el inexperto son las víctimas predilectas de los burlones, en las películas y en los actos cómicos suelen aparecer, además, los personajes que causan las situaciones confusas y bochornosas: el distraído, el alocado, el intenso, el obstinado, el fastidioso, el cínico, el sinvergüenza, el entrometido, el «fresco» y una lista interminable de personajes busca pleitos que al final salen airosos de los entuertos que ellos mismos han armado.
Y esta es la gran diferencia entre ellos, los actores, y las «víctimas» de la risa en la vida común y corriente. No nos reímos de ellos, sino de lo que hacen y de los papeles que representan.
Si en las situaciones cotidianas el tonto, el tímido, el tipo «de malas», el forastero, el celoso, el inocente o el inexperto son las víctimas predilectas de los burlones, en las películas y en los actos cómicos suelen aparecer, además, los personajes que causan las situaciones confusas y bochornosas: el distraído, el alocado, el intenso, el obstinado, el fastidioso, el cínico, el sinvergüenza, el entrometido, el «fresco» y una lista interminable de personajes busca pleitos que al final salen airosos de los entuertos que ellos mismos han armado.
Y esta es la gran diferencia entre ellos, los actores, y las «víctimas» de la risa en la vida común y corriente. No nos reímos de ellos, sino de lo que hacen y de los papeles que representan.
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