El ingeniero ruso Igor Krichtafovitch ha dedicado gran parte de
su vida a estudiar el humor. Movido por el deseo de responder a la eterna
pregunta ¿por qué reímos?, ha leído a todos los autores publicados, desde los
filósofos griegos hasta los neurobiólogos pragmáticos del siglo XXI. Sopesó las
teorías convincentes y las descabelladas e indagó sobre las repercusiones de la
risa en todos los ámbitos posibles de la actividad humana. Como resultado de su
extensa investigación publicó en 2005 su ineludible y sugestiva monografía
«Humor Theory», disponible en Internet en formato digital.
Sin
embargo, lo insólito del trabajo de Krichtafovitch no es precisamente el haber
abordado el problema del por qué de la risa por la vía de la reflexión
humanista, si no el haber resuelto el enigma, si es que de verdad lo logró, por
la ruta de la simulación matemática de la conducta humana.
Su
modelo matemático para medir la eficacia de un chiste (EH) toma como
variables relevantes el grado de interés del auditorio con respecto al tema del
chiste (empatía del público, EP), la
complejidad del chiste (C), el tiempo
necesario para entenderlo (T) y el estado
anímico de la audiencia (A), y conduce a
la fórmula:
EH =EP x C/T+A
Para
verificar la validez de su teoría matemática del humor, Krichtafovitch se dedicó a
medir estos parámetros en diferentes auditorios (niños, adultos, mujeres,
hombres), temáticas (política, sexo, racismo), tipo de chiste (negro, blanco,
verde) e incluso los temperamentos nacionales.
Como
si fuera poco, estudió la complejidad el chiste en sus diferentes aspectos
lingüísticos y cognitivos. Respaldó su argumentación con una larga lista de
conceptos relacionados con la forma verbal y expresiva del chiste: absurdo,
ambigüedad, factor sorpresa, juegos de palabras, alegoría, contraste,
simplicidad aparente, exageración, similitud, contradicción, expectación
frustrada, evasivas, ironía, metáfora, burla, cuentos chinos, refranes y
malentendidos (literalidad y polisemia).
A
la evasiva pregunta del ¿por qué reímos?, Krichtafovitch responde después de
estos vericuetos intelectuales confirmando lo que otros autores habían
sostenido: porque el humor tiene como principal objetivo la supervivencia biológica
y social del individuo. Porque el hecho de ser habilidoso para las bromas o
ingenioso para contar chistes, y desde luego para entenderlos, es señal de superioridad mental e inteligencia. Habilidades ventajosas para el éxito
social e, incluso, biológico, pues en el fondo todo deberá medirse con el
rasero de la supervivencia.
En esto coincide con los etólogos, para quienes la risa es uno de los
recursos favoritos de los seres humanos para expresar su conducta social.
Equivalente a un ritual de cortejo, la risa y sus manifestaciones sociales
(chiste, broma, sátira, chanza) son parte del mismo repertorio de actos
predilectos para mantenerse vivo y «vigente» en el grupo. Tener un buen sentido
del humor es tan importante como sacar 10 en matemáticas o lograr una conquista
amorosa.
De
modo que Igor Krichtafovitch descubrió la fórmula de la risa, pero al final
resultó que el humor es parte de una estrategia evolutiva. Detrás de cualquier
chiste, en el encuentro casual entre amigos o en una representación cómica
teatralizada, hay una contienda verbal sin defunciones cuyo objetivo es
elevar el estatus y fortalecer la posición social. No es solo asunto de
entretenimiento sino de competitividad. Incluso en una chanza inocente hay una
especie de confrontación intelectual, una especie de preparación previa para
los retos de la vida en sociedad.
Las
conclusiones del ingeniero ruso también llevan a localizar el sentido del humor
como un asunto de género. «El sentido del humor -dice- es una fuerte cualidad
masculina». Es un signo de inteligencia especialmente valorado por las mujeres.
Debido a que la evolución recae precisamente en el intelecto, un competidor
inteligente tiene más posibilidades de conseguir pareja. Es por eso que en la
contienda del sexo, el sentido del humor puede ser un indicio de masculinidad
más importante que la musculatura.
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